miércoles, 11 de enero de 2017

Censura de noticias falsas

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.
Cuando la cantidad de comida dejó de ser un problema, empezamos a preocuparnos por la calidad. Sirva el símil alimenticio -tomado de Ignacio Ramonet, junto con alguna otra idea de esta columna- para indicar que nunca como hoy se ha vivido una sobreabundancia de información comparable, nunca más fácilmente accesible ni circulando a mayor velocidad.
Otra sentencia del mismo autor que define los tiempos es que los medios de comunicación han pasado de ofrecer información al ciudadano a buscar y recopilar ciudadanos para la publicidad, y en este segundo caso la información es un reclamo, no el objetivo.
En este punto, tras las mentiras de la campaña victoriosa del Brexit, gana las elecciones presidenciales norteamericanas un candidato hoy clasificado como populista, indicando lo que durante años se definía como fascista, y surge la preocupación por la generosa circulación de noticias falsas sobre las que convendría hacer algo o algunos parecen interesados en hacer algo o quieren aprovechar el momento para hacer algo.
La supuesta novedad del fenómeno es fácilmente descartable. Recordemos lo que por estas tierras se denominó como "teoría de la conspiración", que aún colea, la supuesta implicación de ETA y Marruecos tras la mayor cadena de atentados terroristas que ha vivido Europa -11 de marzo de 2004-, adjudicable judicialmente sin duda alguna al terrorismo yihadista en versión 2.0.
Primera página de El Mundo el 13 de marzo
de 2004. jornada de reflexión.
Años de noticias falsas, miles de páginas de periódico y de horas de radio, no provocaron iniciativa alguna para limitar la difusión de basura informativa principalmente emitida por El Mundo de Pedro J. Ramírez y la COPE de la Conferencia Episcopal.
El fenómeno por tanto no es nuevo, sí la reacción, entre los abogados defensores de poner coto a las noticias falsas se encuentran desde el Papa Francisco, tan rápido en detectar tendencias, como Hillary Clinton (perdedora de unas elecciones en las que ha sacado tres millones de votos a su oponente) y hasta el mismo presidente de la Comisión Europea.
La objeción más poderosa a los anuncios de medidas contra las noticias falsas apunta a quién va a ser el gran hermano que decida la calidad de los contenidos.
El consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, ha declarado: "Tú no eres capaz de decidir por ti mismo lo que es 'noticia' y lo que no lo es, así que lo haremos por ti". Para echarse a temblar.
Por una parte, se corre el riesgo de confundir la autopista con lo que circula por ella; internet es un gran canal con todo tipo de pasajeros. Aquí además puede situarse cierta brecha digital y generacional que ve más amenazas en los medios digitales que en la prensa en papel.
Una reciente encuesta del Pew Research Center revela además que según crece la renta y los estudios de los consultados es mayor su recelo hacia la confusión que generan las noticias falsas, con lo que nos encontraríamos con un paternalismo similar al de que la televisión entontece a todo el mundo menos a mí.
Si bien el acceso a la información es hoy mayoritariamente a través de medios y redes sociales el origen de esa información sigue procediendo de medios de comunicación tradicionales; Twitter no crea información, canaliza.
La reacción de Facebook y Google al asunto bien puede calificarse de pánico comercial. Estos gigantes de la globosfera siempre deben estar atentos a posibles amenazas que pudieran provocar su caída a la misma velocidad con la que han ascendido, y su mayor peligro es la pérdida de confianza.
La comprobación de la veracidad de lo que circula se ha convertido en un nicho de negocio y en un subgénero periodístico, parece existir demanda y ha parecido oferta, Politifact en Estados Unidos o El Objetivo de Ana Pastor en La Sexta son ejemplos claros.
Facebook ha anunciado precisamente su intención de subcontratar a organismos como el mencionado de EEUU para contrastar la calidad de la mercancía.
La pregunta detrás de todo esto es la clásica de quién vigila al vigilante, quién controla al controlador, quién investiga a los servicios secretos. Los riesgos de dar vía libre a la censura de contenidos son tan altos que lo aconsejable es oponerse.
Si nunca como hoy ha circulado un volumen de información similar, de todo tipo, nunca también como hoy el ciudadano ha tenido mayores instrumentos y formación para discriminar la buena información de la basura.

Sugerencias

El Roto en El País, 18-1-2017.


No hay comentarios:

Publicar un comentario