lunes, 24 de octubre de 2016

La Armada se enreda, con relativo éxito

Columna de opinión publicada también en Estrella Digital.
En esta modernidad que los sociólogos califican de líquida, la Armada navega razonablemente bien; con luces y también algunas sombras.
En los primeros días de enero de 2017 España enviará su buque de guerra más avanzado y moderno, la fragata F-105 Cristóbal Colón, nada menos que a las antípodas, donde permanecerá hasta agosto alquilada a la marina australiana, incluidos sus 200 tripulantes, en un acuerdo entre armadas del que poco sabemos ni ha sido autorizado por el Parlamento ya que no se trata de una participación militar en el exterior al uso. Al parecer, el presupuesto australiano pagará el gasoil, que en expresión del almirantazgo es "mantener su operatividad a coste cero".
La fragata entró en servicio en la Armada en octubre de 2012 tras cinco años de trabajos en los astilleros de Navantia en Ferrol, con un coste de construcción de 800 millones de euros, y cuenta con el sistema de armas Aegis, fabricado por la norteamericana Lockheed Martin, tan avanzado que casi es capaz de integrarse en el escudo antimisiles de EEUU con base en Rota, lo sería en caso de necesidad.
El despliegue de la fragata en Australia, fuera de casa durante ocho meses, no es una novedad absoluta. Durante todo el año 2013 el Ministerio de Defensa permitió o bendijo que la Armada desplegara en el mismo país el buque de aprovisionamieno de combate Cantabria: se trata de un tremendo buque logístico, 170 metros de largo, puede almacenar en su interior líquidos equivalente en volumen a 10 piscinas olímpicas, construido en los astilleros de Navantia en Puerto Real (Cádiz), entró en servicio en 2010 y costó 300 millones de euros.
Un tercer ejemplo de lo que ya es una costumbre se refiere al Patiño, buque antecessor del Cantabria, que estuvo desplegado en Canadá a comienzos de año y en septiembre ha vuelto para allá para integrarse en la Marina Real Canadiense hasta fin de año.
Junto a aquello de mantener la operatividad (la crisis ha reducido días de mar y maniobras), sobrevuela en estos casos los intereses comerciales de Navantia en esos dos países, con concursos en marcha para modernizar su flota.
Una primera interpretación de los casos anteriores ofrece una imagen nada favorable para la Armada, las Fuerzas Armadas en general y el Ministerio de Defensa que las dirige: despilfarro en equipamiento no necesario para nuestra defensa, connivencia entre medios públicos e industria (pública y privada), utilización del equipamiento militar con objetivos de promoción comercial, claro agujero en el planeamiento militar de las capacidades que permite la ausencia durante un año de su principal buque logístico y ocho meses su más moderna fragata, con lo que se deduce que no eran necesarios o que se desprotege la seguridad nacional.
La segunda interpretación suele ser mucho más fina y más benévola.
La modernidad es líquida y el poder se distribuye en redes.
En este sentido hay que recocer la habilidad de la Armada durante las últimas décadas para lograr integrarse, forma parte y aportar valor a dos redes mundiales de influencia.
La primera de ellas es política: la alianza anglosajona, que espía y combate unida. Como ejemplo, los pilotos de caza de la Armada se forman durante dos años en EEUU, no en Talavera la Real (Badajoz), como los pilotos de caza del Ejército del Aire.
La segunda de las redes en la que la Armada forma un nodo importante es la industrial.
Tradicionalmente los tres ejércitos de nuestras Fuerzas Armadas han tenido una relación simbiótica con una empresa pública: la Armada con Navantia, el ejército de Tierra con Santa Bárbara y el Aire con CASA, que sólo se mantiene en el primer caso, tras la privatización de Santa Bárbara y su venta a la norteamericana General Dynamics y la integración de CASA en la multinacional europea Airbus.
La asociación industrial de la Armada con Navantia lo es también con industria norteamericana que integra los equipos de mayor valor añadido de los buques salidos de astilleros españoles. La venta por Navantia de fragatas a Noruega o Australia extiende la red y potencia el nodo español del que forma parte la Armada.
Esta orientación anglobáltica de la parte naval de las Fuerzas Armadas podría explicar incluso el divorcio de Navantia de su pareja francesa DCNS para poner en marcha el proyecto fallido de submarino S-80, con graves fallos de diseño, enorme desfase económico, programa aparentemente reflotado gracias a una asistencia técnica norteamericana.
La Armada mira y se relaciona estrechamente con EEUU, sus aliados anglos y también con la OTAN, alianza principalmente marítima que lleva la A del Atlántico donde estaban llamadas a operar las cinco fragatas antisubmarinos soviéticos con los que contamos; que hoy se integran naturalmente en agrupaciones navales de la OTAN en el cuerno de África, donde ya no hay piratas; en el Mediterráneo, donde son mal instrumento para atender el flujo de refugiados; en el conflictivo mar Negro (que baña Crimea y Ucrania) y hasta en el crecientemente peligroso mar del Norte, donde navega en este momento la F-102 que ha tomado al relevo a la F-104 tras cuatro meses en esas aguas fronterizas con Rusia; todo lo anterior sin autorización del Parlamento, requisito no obligatorio aunque afecte durante meses a cientos de militares españoles en el exterior.
Como contraste, el referente tanto político como industrial para el ejército del Aire es Europa, aunque la Airbus de clara influencia francesa y alemana supone una relación más débil que la de la Armada con Navantia.
La autonomía estratégica de la Armada con su inclusión en dos redes de poder internacionales ha sido una decisión mantenida en el tiempo y beneficiosa para la defensa de sus intereses. La pregunta es si su apuesta internacional e industrial es complementaria con la del resto de las Fuerzas Armadas y el Ministerio de Defensa o independiente.
Reconocida la capacidad de influir, también surge la cuestión de si se considera prioritario extender la voluntad de trabajarse una tercera red, la que comunica lo militar con el ciudadano, fuente este último de toda legitimidad y hasta en ocasiones de legalidad.
El poder y el ciudadano no pueden ya vivir en mundos paralelos, comunicados en red y con la capacidad creciente de emitir mensajes por parte de quien antes solo los recibía.
El poder moderno se ejerce en los medios de comunicación, es su terreno de juego.

Sugerencias



3 comentarios:

  1. Carlos, los sociólogos, no. A cada cual, lo suyo. El concepto es propiedad de Zygmunt Bauman, en sendos libros "La modernidad líquida", hace 16 años, y "Tiempos líquidos", en 2007. Decir los sociólogos es un argumento de autoridad muy magro, por la fuerza que, de suyo, rezuma el concepto. Como siempre hay astros con luz propia (Bauman) y una pléyada de objetos espaciales que sólo la reflejan (los sociólogos, políticos y periodistas sin lecturas; no es tu caso). Sobre el contenido, las opiniones son libres. Abrazo.

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  2. Hola Emilio, conozco la autoría del concepto, que es de quien dices, sociólogo y polaco universal. Como se puede comprobar la referencia es un gancho para hacer una torpe imagen de la Armada navegando por la modernidad líquida, sin entrar en mayores. Sí me encantaría, en público o en privado, conocer tu opinión sobre la autonomía estratégica e industrial de la Armada y cómo encaja en la política de Defensa, seguro que tenemos la oportunidad de intercambiar opiniones. Un saludo y gracias de todas formas por el comentario. En cualquier caso, en esta reencarnación me contento con reflejar la luz de los astros, no me parece mal oficio, otra cosa será en las próximas, si tengo suerte y no reaparezco en forma de vaca. Un abrazo.

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