viernes, 18 de julio de 2014

Dora Exploradora, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

Los españoles, de fronteras adentro, tenemos una sensación de inseguridad que no se corresponde con nuestras tasas bajas de criminalidad; y una tranquilidad de fronteras afuera que choca con un mundo –según nos dicen- repleto de amenazas. Nos sentimos intranquilos en un país seguro y seguros en un mundo inestable, ahí es nada.
Lo anterior implica que quien quiera influir sobre percepciones sociales, aparte de mentalizarse para una estrategia a largo plazo -la comunicación con efectos instantáneos no suele funcionar nunca-, va a tener que afinar el discurso.
Si queremos implicar al ciudadano para que apoye nuestra función o nuestros presupuestos habrá que informar. Y siempre existe el riesgo de excederse en el miedo generado y el personal acabe pensando cómo es posible el nivel de inseguridad que nos rodea teniendo en cuenta los elevados recursos públicos que se destinan a contrarrestarlo.
¿Qué persiguen nuestros responsables políticos, que nos sintamos seguros o que lo estemos? A veces da la impresión de que, trabajando sin duda por la seguridad de la comunidad, prefieren cierta sensación de inseguridad, hace el debate menos exigente.
Siguiendo a Punset, si la felicidad es la ausencia de miedo (de miedos), los mensajes alarmistas disparan directamente contra nuestra estabilidad.
Con este panorama se inicia fase histórica o al menos recambio biológico al frente de la jefatura del Estado, realizado con contundencia, exactamente en 17 días de junio, y marcado por la normalidad y la estabilidad, aunque se ha repetido tanto que al final no ha parecido el asunto ni tan normal ni tan estable.
El anuncio de la ocupación de todos los tejados de Madrid con equipos de francotiradores no transmitió una imagen de estable normalidad. La unanimidad en el proceso de toda la prensa nacional en papel (que no la digital) es fenómeno paranormal digno de análisis.
La estadística sitúa en 39 los años de duración de la jefatura del Estado, ha sido la marca de los dos últimos jefes de Estado, por lo que asumimos una duración similar al recién proclamado Felipe VI.
De aquí a 2053, momento de la proclamación de Leonor como reina de España, si no viene un hermanito varón a complicar la cosa, asistiremos a sucesos sorprendentes. Uno de ellos bien pudiera ser que, de acuerdo con su edad, los Premios Princesa de Asturias fueran concedidos en los próximos años a Dora la Exploradora o a Bob Esponja, personajes que han abonado la curiosidad, el espíritu crítico y el gusto por lo absurdo de miles de niños españoles y de medio planeta.
Para quien no lo conozca, Dora es una niña latina, Dora Márquez, de 7 años que, junto a su amigo Botas (un mono morado antropomorfo de 5 años) emprende en cada episodio un viaje en el que se propone buscar algo que perdió o ayudar a Botas a cumplir con alguna misión. En la versión original norteamericana Dora mezcla palabras en español, y en la española introduce palabras en inglés, con lo que promueve la multiculturalidad y la alianza entre parlantes.
Por su parte, Bob es una esponja marina rectangular y de color amarillo, de apellido Pantalones Cuadrados (en inglés, SpongeBob SquarePants) que vive en el fondo del océano Pacífico, en la ciudad submarina de Fondo de Bikini. La casa de Bob es una piña, donde vive con su mascota, el caracol Gary. Bob Esponja adora su trabajo como cocinero en el restaurante El Crustáceo Crujiente donde pasa la jornada laboral haciendo hamburguesas. Los redactores de la reseña para justificar el premio deberán hacer referencia a la sensibilidad medioambiental de la serie, sus creadores (el principal estudió Biología, una muestra más sobre la utilidad de ciertas carreras) y sus personajes.
Más complicado será en la adolescencia de Leonor, cuando los premios Princesa de Asturias pueden recaer en personajes Disney que en cuestión de meses pasan de las revistas infantiles a la sección de sucesos, detenidos drogados y semidesnudos. Las estrellas Disney tienen una difícil transición a la edad adulta, como personas y como personajes.
Habrá que seguir también en detalle, con incluso mayor interés que hasta ahora, la sección de Cartas al director de los periódicos conservadores, por si aparece una tal Sofía Glücksburg defendiendo los derechos laborales de los generales en la segunda reserva, siguiendo una tradición que va cayendo en desuso de las parejas de los militares que escribían en la prensa –firmaban- para evitar un expediente disciplinario al cónyuge.


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